ALE STAMATEAS NOS ESCRIBIÓ. Pájaro que comió, voló ¿cómo hago con los desagradecidos?‏

te enviamos nuestro Mensaje de Éxito del día 6/8/2012
PÁJARO QUE COMIÓ, VOLÓ. ¿CÓMO HAGO CON LOS DESAGRADECIDOS?
por Alejandra Stamateas

Lucas 17:11-19 Un día, siguiendo su viaje a Jerusalén, Jesús pasaba por Samaria y Galilea. Cuando estaba por entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres enfermos de lepra. Como se habían quedado a cierta distancia, gritaron: –¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, les dijo: –Vayan a presentarse a los sacerdotes. Resultó que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, al verse ya sano, regresó alabando a Dios a grandes voces. Cayó rostro en tierra a los pies de Jesús y le dio las gracias, no obstante que era samaritano. –¿Acaso no quedaron limpios los diez? –preguntó Jesús–. ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo ninguno que regresara a dar gloria a Dios, excepto este extranjero? Levántate y vete –le dijo al hombre–; tu fe te ha sanado. 

Vamos a hablar de los desagradecidos y de lo que provoca el agradecimiento. ¿Cuánta gente agradecida hay en este lugar? Hoy vas a descubrir algo que recibís cada vez que agradecés.
Imagínense este escenario. Diez hombres leprosos, nueve eran judíos y uno samaritano. Los judíos y los samaritanos no se querían ni tocar, no se querían ni ver. Pero, sin embargo, la desgracia, el dolor, unió a estos diez hombres a pesar de que uno era samaritano, porque el dolor une. Cuando estás dolorido, buscás a otras personas que tal vez tengan tu mismo dolor y te reunís con esa persona y ya no hay diferencias.
La lepra era una enfermedad gravísima. Era como tener cáncer, como tener SIDA, como tener cualquier enfermedad que todo el mundo le tenía miedo, porque no había cura. Y esta enfermedad lo que hace, según el tiempo que la tengas, te podés quedar sin una mano, sin un brazo, sin la nariz, sin una oreja, sin los dedos de los pies, sin los dedos de las manos.
Y estas personas eran recluidas de la sociedad. Se las sacaba de su casa familiar, no podían estar con sus esposas, no podían estar con sus hijos, no tenían derechos en la sociedad. Eran totalmente aislados y llevados afuera. No se podían juntar nadie porque decían que era una enfermedad contagiosa. O sea que prácticamente estaban solos entre los que tenían la misma enfermedad.

Eran hombres aislados socialmente. Tener lepra era tener vergüenza, vergüenza social. Eran hombres totalmente abandonados. Si la familia estaba en algún momento con ellos, era para ir y dejarles alimentos, pero tenían que dejárselos lejos para que cuando se fueran, los leprosos pudieran acercarse y tomar el alimento y poder alimentarse. Si no, tenían que pedir a gritos la comida para que alguien les tirara algo, pero no acercarse delante de nadie. Esa era la situación.
Pero el tormento que más tenían era no poder ver a su familia. ¿Sabés lo que es no poder ver más a tu familia? Sabés que está ahí, sabés que vive en un lugar, sabés que están tus hijos creciendo y, de pronto, no tenés acceso a ellos por la enfermedad. Entonces, estos diez escucharon que Jesús sanaba enfermos y hacía milagros. Y sabían que iba a pasar por la zona y se pusieron de acuerdo estos diez hombres y empezaron a llamar a Jesús y le gritaban, ten misericordia de nosotros.
No le pedían alimento ni dinero, sólo le pedían que tuviera misericordia de ellos, que los mirara, que se acercara y que se dignara a hacerles un milagro. Entonces Jesús se acerca y los mira a la cara, cosa rara en ese momento, porque nadie quería acercarse ni mirar a la cara a un leproso. Pero Jesús lo hace. Y se acerca y la frase que les dice es, vayan y muéstrense a los sacerdotes.
No les dice, estás sano, no les dice, ya vas a ver tu sanidad, les dice, vayan y muéstrense a los sacerdotes. ¿Por qué? El sacerdote era como el médico de la época. Si el sacerdote decía que no tenían más lepra, no tenían más lepra. O sea, él les dice, vayan y háganlo. Y con esa frase les estaba diciendo, ustedes ya están sanados. Pero no se los dijo de esa manera. Les dijo, hagan esto, hagan una acción. Vayan y muéstrense a los sacerdotes.

Y acá vamos a ver dos reacciones que quiero contar. Hay dos reacciones. La primera reacción fue la de los nueve. El décimo también hizo lo mismo, pero el décimo le agregó algo, que es lo más importante. Estos diez cuando salieron, obedecieron porque fueron caminando para ver al sacerdote, para que el sacerdote les dijera que estaban limpios.
Ahora, fueron en obediencia, eran gente obediente, buena gente, con una enfermedad, pero obedecieron a Jesús. Jesús les dijo, vayan y preséntense al sacerdote. Y caminaron, aunque no veían la sanidad en su cuerpo, obedecieron lo que Jesús les dijo que hicieran. Está buenísimo obedecer a Jesús, vayan y ellos fueron. Y mientras iban caminando fueron sanados.

Y eso nos enseña algo muy importante, que cuando oren por tu vida por sanidad, no te preocupes si no ves la sanidad en el momento, no te preocupes si no las ves al otro día, pero cuando se te suelte una palabra de sanidad, vas a ver la sanidad, porque a veces Dios hace sanidades progresivas.
Mientras vas caminando, mientras vas recorriendo el camino de la vida, Dios te va sanando. Por eso, estos hombres eran gente de fe y no hay nada más importante que soltar la fe que tenés adentro. Porque ellos aunque no vieron, obedecieron, y esa es la fe, aunque no veas nada, obedecé, porque mientras vas caminando, el Señor va a enviar la sanidad a todo tu cuerpo.
Eran hombres de gran fe. Ahora, cuando llegaron al templo, el sacerdote tenía que hacer todo un ritual. Este ritual constaba de dos partes. La primera parte duraba ocho días y la segunda parte otros ocho días. O sea que tenían que estar dieciséis días dentro del templo. En la primera parte, el sacerdote les decía que se fueran a bañar, los afeitaban y luego los sacerdotes miraban el cuerpo a ver si no había quedado ninguna marca, y si este hombre tenía la piel limpia, no tenía más lepra. Eso tardaba ocho días. Y luego veía todo un rito de purificación, donde había sacrificios de sangre, donde se los ungía con aceite, o sea, había una unción especial para luego de esos dieciséis días decirle al enfermo, estás sano, podés volver a reunirte con tu familia, que era lo que más querían ellos.

Imagínense estos hombres, van caminando, obedecen lo que Jesús les dice, sueltan fe, porque no veían nada, pero cuando van caminando, se van viendo sanos, la alegría de estos hombres. Cuando llegan al templo, están dieciséis días dentro del templo, en medio de todos esos ritos de purificación y siendo examinados como un médico examina a un paciente y diciéndoles, sí. Los nervios, la ansiedad y el deseo de ver a su familia, porque si el sacerdote decía que estaba sano, inmediatamente podían volver a su casa, a abrazar a su esposa, a sus hijos, ser un ciudadano con derechos, que antes no los tenía, volver a hacer su trabajo. O sea la ansiedad de estos hombres y la alegría y la emoción eran impresionantes. Ellos una vez que los sacerdotes les dicen que ya están sanos, se vuelven a su casa. Cada uno a su casa.

Ellos vuelven a su casa. ¿Qué habrán dicho cuando llegaron a su casa? Que estaban sanos, el milagro, los sucesos, todo lo que los sacerdotes les hicieron y que Jesús los había sanado, que estaban caminando y en medio del camino apareció la sanidad. O sea que Jesús tenía razón.
Usted puede decir, pero esta gente era buena, esta gente estuvo bien, tuvo fe, soltó fe, le creyó a Jesús, fueron al templo, fueron sanos. Deben haberle contado el testimonio a todo el mundo, pero nada más que eso. Nada más que eso. O sea, ellos tenían un testimonio para contar a lo largo de toda su vida, que habían sido sanos por un tal Jesús y que los sacerdotes del templo les habían dado el alta para que volvieran con su familia. Ese era el único testimonio que tenían. Era lo único que Jesús había hecho por ellos.

Pero, sin embargo, tenemos al samaritano. Y esta es la segunda reacción. El samaritano también fue un hombre obediente. Iba en medio del camino, fue sanado, se presentó al templo, pero cuando ya estaba limpio y cuando ya tenía el alta, en lugar de ir a encontrarse con su familia, en lugar de volver a Samaria, se fue a buscar a Jesús.
Y esto es lo más impresionante que tengo para decirte hoy. Porque podía haber ido con su familia y hubiese quedado toda su vida marcada porque iba a contar que un tal Jesús, que era judío, que no tenía por qué sanarlo a él porque era samaritano, sin embargo lo había sanado.
Pero dijo, voy por algo más. Yo voy por algo más, porque este hombre se conectó con la fuente de su salud. No se conectó con el milagro, si no que se conectó con la fuente que le trajo ese milagro. Y este hombre pensó por dentro, si Jesús me pudo dar este milagro, Jesús puede hacer cosas más grandes en mi vida. Una persona agradecida siempre va por más. Una persona que sabe volver y agradecer es una persona sabia, porque sabe que el que le dio algo, tiene mucho más para darle.
¿Cómo es que se le activó esto? Porque cuando lo llamaban a Jesús los diez leprosos para que los viniera a sanar, para que tuviera misericordia, usaron un nombre para llamar a Jesús, que traducido es, comandante maestro. Un comandante maestro era uno que tenía toda la verdad. O sea, que en Jesús estaba toda la verdad. Y este hombre entendió que si Jesús le había dado algo, Jesús tenía más para darle. Y no me voy a quedar con esto. No me voy a quedar solamente contando un testimonio, voy a ir a la fuente de los milagros, porque si me dio uno, hay más para mi vida. Su sanidad le trajo sabiduría.

Les voy a contar lo que yo sé. Cuando hace dos años, a Jristos se le había detectado la enfermedad que tenía. Estaban en que lo operaban o no lo operaban. Y entonces hubo una decisión en la familia, decisiones muy sabias, de por qué no, por qué no operar. Mejor no lo operen, que viva seis meses bien vividos y no una operación. Pero esto fue la fe, porque lo operaron y vivió más de dos años. ¿Y saben lo que hizo en esos dos años? Escribió su libro. Y lo fue a presentar por todos lados. Viajó a Mendoza y fue a presentar ese libro, porque entregó su vida a Dios y cuando decís, si el Señor me da más tiempo, no me quedo con esto, hay algo más para mi vida, hay un fruto más que tengo que dar todavía. No me voy a quedar con el testimonio de viví bien, quiero hacer algo más, y si tengo vida, es para hacer mucho más y Dios tiene más para darme todavía.
Impresionante. A los ochenta años escribir un libro. Tomalo. Eso es entregar la vida. Eso es decir, Dios tiene más. Y no te conformes con lo que tenés. No te conformes con el milagro que contaste hace tres meses. Tenés que ir a Jesús todos los días de tu vida, porque si te dio un milagro, te puede dar más todavía. No te quedes en el templo, no te quedes con los religiosos, no te quedes contando a otros. Andá a agradecer a Jesús, porque Jesús va a abrir su mano y va a traerte un nuevo milagro.

El agradecido va por más. Yo tengo una bolsa de caramelos y reparto caramelos. Se van todos con los caramelos, pero viene un nene y me dice, gracias por el caramelo, y si tengo más caramelos, les puedo asegurar que le voy a dar otro más, porque fue agradecido. ¿A usted no le gusta cuando la gente le agradece? Está bueno, porque si alguien te dio un buen consejo y vas y le agradecés, esa persona que es sabia, ¿qué va a hacer? Te va a dar un tip más de sabiduría. O sea que cada vez que agradecés, te volvés con más. Si alguien te prestó plata y vas y le agradecés, sabés que el que te prestó plata tiene más para prestarte. O sea, vas y te venís con un tip más, por lo menos sabés que él está ahí, porque fuiste agradecido. Y sabés que un corazón agradecido siempre es honrado. Y a veces nos cuesta tanto agradecer. A veces se hace tan difícil.
Porque estos nueve creían que Jesús no necesitaba que le agradecieran. Pero Jesús necesitaba el agradecimiento. Quería el agradecimiento. Me imagino que se habrá puesto muy contento cuando vino ese, y por eso preguntó ¿y los otros, qué pasó con los otros que no vinieron? Y a veces pensamos que una persona no necesita nuestro agradecimiento. Ya lo sabe. ¿Para qué se lo voy a decir? Si yo estoy siempre. Si hago otras cosas que sabe esa persona que son mi agradecimiento. No. Necesita escuchar de tu boca un gracias. Y el gracias es una palabra poderosa, porque el que dice gracias está yendo por más.

Cuando este hombre llegó delante de Jesús, se arrodilló, se postró en tierra, lo adoró porque estaba feliz de la vida. No sabía de cuántas maneras decirle a Jesús, gracias por la sanidad. Y el ex leproso se conectó con la fuente, porque el agradecido siempre va por todo y vuelve con todo.
Y a veces nos olvidamos eso. Creemos que agradecer es humillarnos, o creemos que, y bueno, al final me lo merecía, con tantas cosas que hice en la vida. Y bueno, al final es mi esposo, es mi esposa o son mis hijos. Me lo tienen que dar sin que yo le agradezca. El agradecido va por todo y vuelve con todo. Hay un poder en esa palabra. Aprendé a usar la palabra gracias. No es con cosas, es con la palabra. A veces queremos darle cosas a la gente para agradecerle y lo que la gente está queriendo escuchar de tu boca es un gracias. Me hizo bien lo que me dijiste, me hizo bien lo que me diste, me hizo bien ese mensaje, gracias.

Porque este hombre cuando se postró delante de Jesús, Jesús le dijo, vete, tu fe te ha salvado. Y salvado la palabra allí es prosperidad, es paz, es salud física, es salud mental. O sea, Jesús le dijo, ahora que viniste a agradecerme por un milagro, te llevás todos los restantes. Gracias Jesús.
Es así de sencillo. Y esto se relaciona con el pasaje que dice, el que es fiel en lo poco, será puesto en lo mucho. Y a veces la palabra gracias parece poco frente a lo que nos dio alguien. A veces cuando alguien te dio mucho en la vida, decirle gracias, cuando tu vida cambió por la palabra de una persona, tu vida cambió por el milagro que Jesús hizo, tu vida cambió porque alguien te prestó dinero y lo invertiste y ahora tenés lo que necesitabas tener para tu trabajo, o para tus hijos, para pagar la escuela de tus hijos, alguien un día te alcanzó comida porque no tenías, alguien te prestó ropa, alguien te la regaló. La palabra gracias, decir gracias, trae más a tu vida. Y es tan necesario escucharla, es tan importante porque el agradecido va por todo y se vuelve con todo. Y gracias parece pequeño, pero a los ojos de Dios es muy grande.
Cada vez que te levantás a la mañana y le decís a Dios, gracias por este día, porque estoy respirando, porque estoy vivo, Dios te da más para ese día de tu vida, porque te atreviste a pronunciar una palabra que te hace ir por todo, te hace ir por más. No te quedes con poquito, porque tenés un Dios que tiene mucho.

Así que dale las gracias. Sí, pero Dios sabe mi corazón. Dios sabe tu corazón, pero Dios quiere escuchar que lo honres con tu boca. A Dios le gusta cuando lo honramos con nuestra boca. A Dios le gusta cuando estamos en este lugar y lo adoramos, pero a Dios le encanta y lo conmueve y le mueve la mano cuando le decís, gracias Dios por todo lo que hacés en mi vida.
Hay personas muy obedientes y está bueno ser obediente. Hay personas que tienen mucha fe y está bueno tener mucha fe. Pero hay personas que aparte de ser obedientes, que aparte de tener fe, son agradecidos y a esos Dios les da un plus, a esos Dios les da algo más, porque vuelven y reconocen la fuente. A esos Dios les da testimonios para que tengan todos los días para contar, porque siempre está haciendo cosas nuevas.
A mí me sorprende, porque fue un samaritano el que le vino a agradecer a Jesús. No fueron los judíos, fue el samaritano, el desechado, porque te va a venir a agradecer gente que ni esperabas. El que menos te imaginabas te va a venir a agradecer, porque a veces al que más le das es el que más te critica.

Estás esperando de ese y le das a ese y viene y te critica. Y viene y en vez de agradecerte, te echa algo en cara. Y te mataste por esa persona. Hiciste todo por esa persona. Pero te lo echa en cara, no te lo puede agradecer. Porque a veces el agradecimiento viene de quien menos te esperás.
Y tenés que ser esa persona, tenés que decir, no sé si este que me dio está esperando que le agradezca, pero voy a ir y lo voy a hacer. Y lo voy a sorprender con mi agradecimiento. Y voy a ir por todo y me voy a volver con mucho más. Vamos a ser agradecidos.
Pero quiero ser obediente, quiero ser de fe, pero no me quiero olvidar nunca de agradecer a quienes siempre hacen cosas por mí. Y a veces nos olvidamos, porque en medio de la alegría, de que estamos sanados, de que hemos sido prosperados, de que nos está yendo bien en la pareja, de que las cosas funcionan en el negocio, de que mis hijos andan bien, nos olvidamos.
Se lo contamos a todo el mundo, sí, porque voy a una iglesia, sí, porque Dios me cambió la vida. Y eso está buenísimo, pero nunca fuimos a él a agradecerle. Tal vez le contás a todo el mundo lo que hizo una amiga tuya, y mirá cómo le dio plata, pero nunca fuiste a decirle a ella gracias. Tal vez le contás a todo el mundo lo que tu mamá hizo por vos, pero nunca fuiste o la llamaste por teléfono y le dijiste, te voy a invitar a tomar un café y te voy a decir gracias. Y nunca lo hiciste. Y la persona está esperando que le des el gracias. Porque ese gracias va a hacer que te muevas por mucho más.

¿Se te habrá pasado de agradecerle a alguien? Mientras preparaba este mensaje me di cuenta de cuanta gente no agradecí. Porque uno también tiene que hacerse cargo de esas cosas. ¿Se te habrá pasado alguien que te bendijo y que no le pudiste decir gracias? ¿Por qué no le escribís una carta? ¿Por qué no la llamás por teléfono? ¿Por qué no te encontrás con esa persona? Porque hay poder en la palabra gracias.
Hay un poder que estás matando por ciertas cosas. Y hay poder cuando decís gracias. Y de ahí, de esa misma fuente de donde te vino la primera bendición te van a venir las bendiciones que restan. Porque es muy lindo hablar de algo que te pasó y de alguien que hizo algo, pero es más lindo seguir estando con esa persona, porque entonces hablás de lo que sabés, no de lo que te pasó una vez, sino de lo que vivís todos los días con esa persona, es mucho más lindo.
¿Por qué no decís gracias? Cerrá tus ojos ahora y pensá de quién te habrás olvidado. O tal vez en vez de decirle gracias, criticaste a esa persona que te dio un lugar, que te formó, que te mentoreó, que te dio lo que necesitabas, que te puso en un espacio y en lugar de ir a darle gracias, criticaste a esa persona. Te perdiste la bendición vos. Porque si hubieses sido agradecida, agradecido, hoy estabas en un lugar mucho mejor. Hoy tenías algo más, porque la palabra gracias es una palabra poderosa.

Qué te parece si recordás ahora, a ver a quién le tenés que dar gracias. Y, pero yo lo hice en mi corazón. No, ¿fuiste y se lo dijiste? Andá y hacelo, porque eso va a restaurarte algo que te está faltando. Hay algo que te está faltando, y el gracias te lo va a restaurar. El gracias te lo va a dar, porque el que sabe agradecer, va por todo y se vuelve con todo.
Dice el Salmo 103:2, alaba alma mía al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios. David le estaba diciendo a su alma, alma, acordate de todo lo bueno que te pasa, y agradecé. Alaba alma mía al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios. Tal vez tenés que empezar a agradecer por cosas pequeñas que te han ocurrido en el día de hoy, cosas que las vivís como naturalmente, pero son sobrenaturales. Cosas que viviste desde que te levantaste hoy hasta este momento y que tal vez se nos pasaron de largo. Alaba alma mía al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios. Él siempre tiene beneficios. Y si vas con agradecimiento, te volvés con mucho más.
Agradecer es honrar y honrar es respetar la fuente de donde te vino la bendición. Eso es. Agradecer es eso. Yo honro la fuente de donde recibí esto. Porque si es fuente, hay más todavía. No soy necio como los otros, que estuvieron bien, buena gente, buenos tipos los otros nueve. Fueron contentos, dieron testimonio, saltaron, cantaron, disfrutaron de la familia, la amaron, recordaron a Jesús. Pero vos tenés que ser como el samaritano, tenés que volver siempre a Jesús y con tu boca decirle gracias. Gracias Señor, acá estoy, si querés darme más. Y el Señor te va a decir, levantate después de esta adoración, tu fe te ha salvado. Gloria a Dios por eso.

Tal vez tengas hijos desagradecidos, porque el desagradecimiento es una enfermedad que te va carcomiendo, y decís, ¿cómo hago para que me agradezcan? Que lo vean en vos. Los hijos repiten las acciones que ven en casa. Y te tienen que ver agradecer. Pero no me agradecen a mí. Agradecé a otros, a Dios y a ellos. Y van a empezar a imitar tu conducta.
Tal vez alguien te dio una mano y lo estás criticando y tus hijos ven eso. Y en lugar de agradecerle a esa persona, la criticás, la defenestrás. Nos ha pasado de estar acá con las pastoras pensando en metas, en objetivos, pensando en actividades para hacer y hemos dado todo y hemos hecho todo. Y una persona, ah, me dieron esto y aquello no. Y criticar, en lugar de agradecer lo que había recibido. Y uno dice, cómo puede ser. Le dimos todo y en lugar de agradecer, criticó. Se fue enojada, enojado, con todo el amor, el tiempo que le dimos y criticó, porque tenía la enfermedad de no saber agradecer.

Que los demás te vean a vos porque lo que uno ve, uno imita y si te ven agradecer a Dios, en lugar de quejarte todo el día, si te ven agradecer a los demás en lugar de quejarte, si aún en los pequeños actos sabés ser agradecido, tenés bendición y tus hijos lo empiezan a hacer.
Vamos a decir a quién nos faltó agradecerle algo. Vamos a declararlo acá pero luego vas a ir y vas a agradecerlo. Si está lejos, le escribís una carta. Le escribís un correo, le ponés la palabra gracias. Si la persona ya no está, hacés una oración y en la oración le agradecés. Y si te olvidaste de agradecerle a Dios, hoy lo vas a hacer.Si este Mensaje te ha ayudado, envianos tus comentarios haciendo click aqui y compartilo en las Redes Sociales haciendo click debajo

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